Posted On 02/11/2011 By In Reportajes With 5725 Views

Valle Inclán amante de los toros

Ilustres Gallegos amantes de los toros

Aprovechando el 75 aniversario de la muerte de Don Ramón y siendo hoy día un personaje muy presente en nuestra vida cotidiana Pontevedresa, gracias a su presencia entre nosotros en forma de estatua, escribo este artículo dando a conocer una no tan conocida faceta de este ilustre Galleguista y amante del arte en general.

Estatua de Valle Inclán en la zona vieja de Pontevedra

Ramón José Simón Valle Peña, conocido como Ramón María del Valle-Inclán, nace en Villanueva de Arosa en 1866, como es sabido, celebre dramaturgo, poeta y novelista del movimiento modernista y en sus últimas obras perteneciente a la generación del 98 (Unamuno, Benavente, Blasco Ibáñez, Pío Baroja, Azorín, Hermanos Machado, etc…), muere en Santiago en 1936, En A Nosa Terra dijo el Partido Galleguista: “Tense discutido moito a prol de si a obra de Valle Inclán era ou non obra galega. Nós coidamos que sí. Galega pol-a forma e galega polo esprito que a animou (…) Valle-Inclán veu morrer á súa terra. No Sant-Iago das súas primeiras novelas repousa xa para sempre o seu corpo”. Castelao fue más breve y contundente: “Jamás he visto un cadáver que me infundiera más respeto (…) Toda Galicia está en su cuerpo”.

 

Retrato de Valle Inclán por Castelao

Retrato de Valle Inclán por Castelao

De todos los Pontevedreses es conocido este vecino nuestro, el cual debe estar presente ahora entre las fotos que cualquier foráneo que nos visite y se precie de haber estado en nuestra ciudad.

En un día de cena llegada la hora de  los postres se le preguntó:

“Don Ramón… ¿cree usted que hay arte en los toros?”

Y ahí va su respuesta:

Naturalmente que sí, y mucho. Mire usted: la mayor manifestación del arte es la tragedia. El autor de una tragedia crea un héroe y le dice al público: “Tenéis que amarle.”¿Y qué hace para que sea amado? Le rodea de peligros, de amenazas, de presagios… y el público se interesa por el héroe, y cuanto mayor es su desgracia y más cerca está su muerte, más le quiere. Porque el hombre no quiere a su semejante sino cuando lo ve en peligro.Supongamos que un niño está jugando en esta habitación, y nosotros no le hacemos caso; al contrario, tal vez sus juegos nos molesten. De repente, el niño se acerca al balcón y está a punto de caer a la calle; entonces, todos nosotros nos levantamos angustiados y gritamos: “¡Ese niño!”En aquel momento todos queremos al niño, pero ha hecho falta para eso, para que nuestro corazón dé rienda suelta a su amor, que ese ser esté a punto de deshacerse. Es la tragedia…En los toros la tragedia es real. Allí el torero es autor y actor. Él puede a su antojo crear una tragedia, una comedia o una farsa. Cuanto mayor es el peligro del torero, mayor es la amenaza de tragedia y más grande es la manifestación de arte. Hay toreros, como Belmonte, que crean la tragedia, la sienten, y al ejecutar las suertes del toreo, se entregan al toro borrachos de arte.Entonces los cuernos rozan las sedas y el oro de sus trajes; la tragedia se aproxima, el público, sin saberlo, se pone de pie, se emociona, se entusiasma. ¿Por qué? Por el arte. Quitemos a los toros la facultad de matar, y ya no hay fiesta, porque no hay tragedia, no hay arte. Supongamos que en diez años no muere un torero, y entonces se acabó el interés de las corridas de toros.A un torero que no tuviese peligro de ser cogido, acabaría por aburrir al público. Eso le pasó al Guerra. Hoy tenemos el caso de Joselito. Joselito es el torero que tiene mayores conocimientos y que tiene más facultades físicas. Sin embargo, Joselito cansará a los públicos. Joselito es el primer actor de la tauromaquia; pero como en este arte el autor y actor van juntos, Joselito-autor no quiere crear tragedia; no siente el arte de la tragedia, y a pesar de sus faenas asombrosas, de sus facultades, de sus maravillas, el público nota que le falta algo, algo que será la causa de que le aburra un día, algo que no sabe lo que es. La tragedia… el arte…Su hermano Rafael ya es otra cosa; tiene menos facultades que él, sabe menos que él; cuando sale un toro que le inspira, entonces crea arte, entonces es divino, porque, como Belmonte, se transfigura, y transfiguración es teología. Los toros, para ser tal como deben de ser, precisan tener la parte trágica, la muerte del toro, del caballo, y de vez en cuando del torero. El torero que toreando se acerque más a la muerte, ése será el mayor artista, el que mejor interpretará la tragedia taurina, aunque el otro, el que toree con mayor facilidad, quede más veces mejor que él. Joselito, los Quintero y la Argentinita son la misma cosa… Están “bien”. Bueno, que de todo esto que le he dicho, los técnicos taurinos, ni aún los mismos toreros, saben una palabra.

Buen conocedor, como se puede apreciar, del arte de Cúchares. Entre sus más íntimos amigos de tertulias de café Madrileñas nos podemos encontrar con Juan Belmonte…

 

Juan Belmonte, matador de toros.

Juan Belmonte, matador de toros.

 

Juan Belmonte García, nace en Sevilla en 1892, famoso torero español considerado el fundador del toreo moderno, fue un hombre inquieto, gran lector y autodidacta, manteniendo buena amistad con muchos intelectuales de su época en Madrid en las famosas tertulias de café.

En el libro autobiográfico escrito por el periodista de la época, Manuel Chaves Nogales, “Juan Belmonte, matador de toros”, el maestro de la tauromaquia Belmonte nos presenta, como él los denomina “Mis amigos los intelectuales”, a sus amigos de tertulia del café de Fornos y dice así:

“La misma noche en la que entré en Madrid fui a caer en el Café de Fornos, y me senté casualmente junto una tertulia de escritores y artistas que allí se reunían habitualmente. Formaban parte de aquella tertulia el escultor Julio Antonio, Romero de Torres, don Ramón del Valle Inclán, Perez de Ayala, Enrique de Mesa, Sebastián Miranda y algunos otros.”

“Me subyugaba la fuerte personalidad de aquellos hombres pero sobretodo de Valle Inclán. Don Ramón era, para mí, un ser casi sobrenatural. Se me quedaba mirando mientras se peinaba con las púas de sus dedos afilados su barba descomunal, y me decía con gran énfasis:

–          ¡Juanito, no te falta más que morir en la plaza!

–          Se hará lo que se pueda, don Ramón- contestaba yo modestamente.

Se les ocurrió a aquellos hombres hacerme un homenaje. Redactaron una convocatoria en el que con las firmas de Romero de Torres, Julio Antonio, Sebastián Miranda, Perez de Ayala y Valle Inclán, se decía que el toreo no era de más baja jerarquía estética que las bellas artes, se despreciaba a los políticos y se sentaban algunas audaces afirmaciones estéticas. Yo estaba verdaderamente aturdido al sentirme causa de todo aquello.”

“Por aquel tiempo fuimos a un tentadero a la finca de Aleas, en el Escorial, El Quemadello. Vino con nosotros aquel día don Ramón del Valle Inclán, quién tomó parte también en la faena campera, jinete en un brioso caballo que regía diestramente con su único brazo y revestido de un sorprendente poncho mexicano. No olvidaré nunca la catadura extraña de gran don Ramón en aquella jornada, en la que galopó como un centauro o poco menos, y nos apabulló luego con sus profundos conocimientos del “jaripeo”

“Se celebró un banquete en el Retiro, lugar donde entonces se reunían a cenar la gente elegante de Madrid. El dueño del restaurante, al ver que se trataba de un banquete a un novillero, puso discretamente la mesa en un rinconcito, disimulando, para que no espantásemos a su selecta clientela. Pero llegó don Ramón, le pareció mal el sitio, y armó un escándalo terrible. Se fue hacia el dueño, un industrial con mucha prestancia, que estaba en su bufetillo, y le dijo altivamente:

-¡Tú levántate!

El hombre balbuceo, sorprendido e impresionado por el talante de Valle Inclán.

-¿Qué desea usted, señor?

-¿Donde nos has puesto, bellaco? –Gritó don Ramón-¿Dónde nos has puesto, di?

El pobre hombre, aturdido, ensayaba unas disculpas.

-Es un sitio de la casa como otro cualquiera.

-¡También es un sitio el wáter-closet! –Replicó don Ramón- ¡Colócanos en un sitio de honor, badulaque! ¿Sabes quienes somos? ¿Sabes quién es este hombre? –y me señalaba con un gran ademán.

Yo quería que la tierra me tragase; me acercaba humildemente a don Ramón y le decía:

-Pero no se moleste usted; si yo como en cualquier parte…

– ¡Qué es eso! –rugía él-. ¡En el sitio de honor he dicho!

Y efectivamente, desalojaron a los clientes distinguidos, y allí me senté a comer, apabullado por los gloriosos nombres de los artistas y escritores que me rendían un aparatoso homenaje, sin que yo acertase a comprender bien la razón de que aquellos hombres me admirasen.”

Cebrita


 

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