Se dice en el argot taurino que «quien no torea un 15 de agosto, ni es torero ni es ná». Pues bien, es 15 de agosto y hay toros en Pontevedra, muchos años después de la última corrida en el coso sanroqueño en esta fecha tan emblemática del calendario taurino.
Se anuncia una goyesca en conmemoración del 125.º aniversario de la plaza, y en el cartel figura el ganado de Victorino Martín para Miguel Ángel Perera, Daniel Luque y Fernando Adrián.
La tarde es de expectación, a pesar del poco bombo que la empresa ha dado a una fecha y a un acontecimiento histórico y simbólico.
Solamente la vestimenta de los espadas y sus cuadrillas nos hace ver que la corrida es goyesca. Ni el personal de plaza, ni los monosabios, ni las mulillas, ni los caballos están engalanados ni caracterizados como en épocas pasadas. A veces tenemos lo que nos merecemos… Más bien, la empresa tiene lo que se merece. Poco más de media entrada en una tarde que, mejor ambientada y publicitada, debería haber rozado el lleno.
Los toros en los corrales no decían nada: poca cara, apretados de pitones y poco rematados en los cuartos traseros. Pero también se dice que el toro es distinto en el campo, en los corrales y en la plaza, y se cumplió el dicho.
Mejoraron su presencia en el ruedo seis de Albaserrada, siendo algo justos de presentación, pero mejorando con mucho las corridas de las otras dos tardes.
Perera pasó sin pena ni gloria por una tarde donde los dos de su lote estuvieron muy por encima del matador. Una oreja en el primero, ante un astado noble y bravo al que trató con suavidad. Ahora bien, en cualquier otra plaza el premio hubiera quedado en ovación.
Luque lidió un lote completo. El segundo de la tarde fue un toro bravo y encastado que, al igual que el resto de sus hermanos, no abrió la boca hasta el final. Lo recibió con verónicas y lo remató en el centro de la plaza, algo nada fácil en este encaste. El toro fue a más durante la lidia y resultó notable en la muleta: tandas por ambos pitones con profundidad y hondura. Mató en el hoyo de las agujas. Dos orejas.
El quinto toro fue de los que hacen trabajar a un torero. Complicado en toda la lidia, llegó al caballo y solo se le castigó con una vara (como a toda la corrida). El toro se hizo fuerte y comenzó a desarrollar sentido. Embistió por abajo y recortó sus embestidas. Tandas por la derecha, cruzándose al pitón contrario y alargando el recorrido. Cuando empezó a sonar la música, el matador mandó parar: era una faena de curro, no de lucimiento. Siguió jugándose la vida de poder a poder, y terminó con un bajonazo que malogró todo lo hecho anteriormente. Entró de nuevo a matar: estocada y ovación. Sin duda, la faena más meritoria de Luque en toda la feria.
Y llegamos al máximo triunfador de la tarde. Salió el tercero, hijo del histórico Cobradiezmos, indultado en Sevilla por Manuel Escribano en una tarde de feria. Embistió por abajo, con recorrido y profundidad, haciendo el avión desde el saludo capotero. Verónicas abriéndose hasta el centro del ruedo y remate con una gran media.
El toro fue al caballo y cumplió el trámite. Muy probablemente, si lo hubieran puesto más largo y más veces, también habría cumplido. Cumplió en banderillas y empezó el madrileño con dos pases cambiados por la espalda, muy ajustados. Dos tandas por la derecha con la pata pa’lante y llevándolo detrás de la cintura; remató por arriba, llevando al hombro contrario el de pecho, y cambió a la mano izquierda.
Embistió el burel con la misma profundidad por ambos pitones, incansable e insaciable. Remató con el pase del desdén y volvió a la derecha: se sucedieron siete tandas, cuando desde los tendidos 2 y 3 comenzaron a pedir el indulto. Siguió el torero con la derecha y el toro embistiendo con una calidad digna de un grandísimo toro bravo. La plaza se contagió y fue un clamor pidiendo que se le perdonara la vida al toro con más clase jamás lidiado en Pontevedra desde que tengo recuerdos (año 1996).
La hija del ganadero, en un primer momento, dijo que se matara al toro; el propio ganadero secundó la opinión de su hija, pero finalmente, dos tandas después, el presidente decidió dar el perdón y el toro volvió a los corrales 21 minutos después de haber sacado el pañuelo naranja. Bueno, matizo: el pañuelo naranja era el que se debía haber sacado, pero el presidente, como siempre tan bien asesorado y dando ejemplo de lo que no se debe hacer, asomó al balcón del palco un pañuelo verde. ¡Vergüenza de autoridades y asesores!
El sexto de la tarde no será recordado como su hermano, pero Fernando Adrián estuvo correcto y aseado. El tercer toro eclipsó una buena tarde torista en términos generales.
A nivel personal, varias conclusiones de la última de feria y del abono en general:
He echado de menos el tercio de varas en una corrida (a nivel general del abono también), que podía haber dado un espectáculo tan bonito como poco aprovechado en nuestra plaza.
El indulto es probablemente discutible, pero si comparamos con los astados del resto de la feria y con los dos toros indultados previamente años atrás (Fígaro, de Alcurrucén, lidiado por Ferrera, y Turco, de Torrealta, lidiado por El Fandi), no había opción a no perdonarle la vida.
Victorino se ha ganado repetir en 2026, aunque debería presentar algo más serio el próximo año.
En caso de no llegar a acuerdo con Victorino, la ciudad ha demostrado que también le gusta y entiende de torismo; por ende, creo que una de las dos o tres corridas debería ser de una ganadería dura (José Escolar, Cuadri, Pablo Romero, Peñajara, Murteira Grave, Valdellán, Adolfo Martín…).
Lamentable el criterio del palco y la falta de rigor y/o conocimientos de presidente y asesores.
Pobre entrada en la primera y última de feria.
Trato injusto de la empresa con la ciudad y los aficionados, acordándose solo de ellos y de una plaza centenaria apenas un mes antes de la feria.
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